Durante muchos años cargó palos de golf y ayudó a todo tipo de jugadores, desde novatos hasta las nuevas figuras de este deporte, a los que en su momento llamaron ‘Los galácticos’. Ahora, Jesús Amaya, a los 53 años, cumple uno de los sueños de su carrera, jugar un Major.

Amaya participará en el primer torneo de Grand Slam de su carrera: participará en el US Senior Open Championship, uno de los cuatro majors para jugadores de 50 años. El torneo se juega en el SentryWorld Golf Course, un campamento público ubicado en Stevens Point (Wisconsin, EE. UU.).

En primera ronda, a partir de las 8:45 horas de la madre, jugará al lado del argentino Ricardo González y el estadounidense Joey Guillion. El torneo deja una bolsa de 4 millones de dólares.

Amaya da paso más en una exitosa carrera de 32 años y 109 victorias. The dicen ‘Estrellita’ y el apodo le aplica para muchos aspectos de su vida. Se lo puso cuando empezó como cadí en el Club Popular de Golf La Florida, por el barrio en donde vivía, La Estrella, en el suroriente de Bogotá.

Pero Jesús tiene una estrella que lo ilumina. Para llegar a donde está hoy, tuvo que escapar a muchos obstáculos, incluyendo a la muerte, de la que huyó cuando salió de Apartadó (Antioquia), donde nació el 25 de agosto de 1969.

El día que Jesús Amaya escapó dos veces de la muerte

“Mi papá, que era chofer de flota, era muy malo. Un día, mi abuela materna se fermó y mi mamá tuvo que irse tres días a Bogotá. Él dio la orden de no dejarnos salir de la casa. Nos amarraron a las patas de la cama con alambre dulce”, el contó Amaya al autor de estas líneas en 2015. un paseo a Necoclí, y que allá nos iba a botar al mar”, agrega.

Jesús, que por entonces tenía 5 años, escapó junto a su madre y sus hermanos escondidos en el maletero de un bus, que en ese viaje rodó abismo. En ese accidente sucedieron 12 personas, pero ninguno de los miembros de la familia Amaya Contreras sufrieron un rasguño.

Jesús Amaya en 1994, un año después de tomar la cartilla Abierto de Colombia.

La familia se instaló en Dolores (Tolima), pero Jesús, aburrido de trabajar en el campo y de tener que viajar 11 horas para ir a hacer mercado una vez al mes, los convenció de irse a vivir a Bogotá.

Con el dinero de la venta del lote donde vivian en Dolores, compraron otro en las lomas de Ciudad Bolívar, en zona de invasión. Jesús viene a trabajar en la construcción y luego viene a cargar bultos en Corabastos, donde también recogía las frutas y verduras que se caían de los camiones para empacarlas en bolsas y luego venderlas en su barrio.

El golf no estaba en los planes, hasta que un primo suyo, que trabajaba en una peluquería, le contó que allá iba el presidente de un club. Y fue él quien lo convenció de ya probar suerte como cadí en La Florida, el primer club popular del país.

Sin tener idea de este deporte, comenzó a cargar palos cuando podía, porque no siempre salía trabajo. «Un día salía del club a las 2:30 horas y no trabajé: había 14 cadís en la fila», registró. Pero algo vio a Jesús para progresar y decidió no volver a su casa y conseguir en dónde vivir más cerca de La Florida.

Aprendió a jugar con palos hechizos y con las bolas que encontré en el campo, de las que daban por perdidas quienes jugaban allí. Y empezó a jugar torneos de cadis y luego, de aspirantes a profesionales. Ganó el Nacional por 14 golpes de diferencia, a pesar de que en algún momento le pusieron marcadores para vigilarlo, porque creían que había hecho trampa. Ese día, con toda esa presión encima, hizo 65 golpes.

De estar a punto de retirarse a su primera victoria

Estuvo un punto de retiro de golf. Tenía que encadenar una serie de resultados para dar el salto definitivo al profesionalismo y no le salian. De hecho, abandonó un tiempo el deporte y fue a trabajar a Girardot, en una embotelladora de gaseosas.

A ‘Estrellita’ quedó una última opción: el Abierto del Campestre de Ibagué de 1991, en el que le apostó a todo o nada. Literalmente.

“Un amigo me convenció de ir a jugar el torneo. Un señor de allá me prestó los palos y los zapatos de golf, no tenía nada. Las bolas las conseguí recorriendo el campo, buscando por los roughs. Jugar ese torneo me costó 60.000 pesos. Trabajé el sábado y el domingo y con eso reuní 30.000. A otro señor le pidió que prestara el putt, ¡y lo empeñé! Me huí a jugar con 50,000 y tuve que pagar el hotel por adelantado: cinco días, 12,000 pesos. ¿Qué iba a hacer para conseguir plata?”, agrega.

En el Pro-Am, sus compañeros se sorprendieron al verlo, no sabían quién era y no les daba mucha confianza su físico (Amaya mide 1,62 y entonces pesaba 65 kilos), estaba jugando con ellos. Y se sorprendieron aún más al verlo jugar: ganaron, con 69 golpes. Solo lo supieron después del almuerzo, cuando se hizo la premiación. A Jesús le dieron 100 mil pesos y con eso salvó la semana. Cuatro días después, ganó su primer torneo profesional. La plata del premio la usó para buscar a su familia y llevarles un mercado.

Ese espíritu arriesgó le permitió irse su primera gira internacional en el año 2000, con solo 500 dólares en el bolsillo y sacando fiados los pasajes. Recogió cerca de 60 mil, ganando el Abierto de Brasil y el Abierto del Litoral, en Argentina, con un Top 10 en el legendario Abierto de la República Argentina y otro quinto lugar en Perú. Fue su despegue definitivamente. Y con esa plata le construyó una casa a su mamá.

Ya ha tenido figurillas grandes al lado. Como cuando cruzó en una Copa Mundo con Tiger Woods, en Malasia. No sabía cómo tomarse una foto con él y la estrella que tiene se lo puso al lado. “Cuando jugamos la ronda de práctica, llovió. Nos recogieron a todos y nos levantaron a un camerino. Y ahi estaba Tiger, sentado en el tapete, hablando con el cadi. Yo estaba con Gustavo Mendoza, que si yo soy shy, él me gana: no sabía cómo pedirle la foto. Yo le tout la cámara y apunta de señas hice me listen”, recordó. La foto está etiquetada en su casa.

Jesús Amaya y Tiger Woods, en la Copa Mundo de Malasia.

Con cuatro victorias en el torneo más tradicional del país, el Abierto de Colombia (el más reciente, en 2021, en Lagos de Caujaral, en Barranquilla), Amaya tiene un sueño: conseguir la tarjeta para el Champions Tour. Lo ha intentado dos veces y no se rinde. Y al US Open Senior llegó por el camino de la clasificación. Quiere seguir aprendiendo y haciendo historia.

José Orlando Ascencio
Subdirector de Deportes
@josasc

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