Cuando a finales de abril el entonces superintendente Financiero, Jorge Castaño, tomó la palabra para dirigirse a los asistentes al Congreso de Asofondos que tuvo lugar en Cartagena, comenzó con un chiste que hizo reír al auditorio: «Se imaginarán que anoche tuve que modificar la presentación», anotó, haciendo referencia al sorpresivo cambio sucedido en la víspera en el Ministerio de Hacienda hay un supuesto ajustado en las prioridades del nuevo titular de la cartera.

No estaba en el radar del funcionario, ni mucho menos en el de quienes lo escucharon, que tan solo una semana después renunciaría a la institución en la cual desarrollaría la mayor parte de su carrera. Tras haber sido confirmado poco después de la posesión presidencial en agosto pasadoPues venía de la administración anterior, una trayectoria de casi dos décadas en el sector público llegó repentinamente llegó a su fin.

Para el público en general lo sucedido no tuvo mucha trascendencia. Sin embargo, dentro del sector financiero el anuncio cayó como un baldado de agua fría. Más cuando se conoció el texto del decreto ministerial firmado el jueves, en el cual se designaba a César Attilio Ferrari, asesor en Presidencia de la República, como encargado del puesto.

Ahora, y según lo establece el decreto 1817 de 2015, comenzará una invitación pública para que aquellos que lo deseen se postulen al cargo. La norma dice que la Casa de Nariño “puede solicitar la opinión de organizaciones ciudadanas, sociales, universitarias o académicas, sobrias y de buen crédito de aquellos aspirantes que las consideren necesarias”.

De lo que se trata es de promover la meritocracia, ante lo cual más de uno produjo su hoja de vida. Pero quienes creen que esta es una competencia abierta seguramente se llevarán una desilusión, pues todas las apuestas apuntan a que el encargado de hoy será el titular del mañana, pues Ferrari ya le hubiera sido «suggerido» a José Antonio Ocampo, quien su momento se negó a nombrarlo.

Si alguien quisiera hacer la lista de los encuentros que llevaron a Gustavo Petro a prescindir de quien fuera describió el «adulto responsable» del gabinete, probablemente tenga que agregar este tema a otros conocidos. Aparte de la cabeza de la Federación de Cafeteros, la conformación de la junta de Ecopetrol o la controversia por el Metro de Bogotá —para solo nombrar unas cuantas diferencias— la de la Superintendencia hubiera sido otra de las gotas que derramó el vaso.

Más de lo que parece

«Pero quienes creen que esta es una competencia abierta seguramente se llevarán una desilusión, pues todas las apuestas apuntan a que el encargado de hoy será el titular del mañana»

¿Por qué tanta controversia en torno a una designación que no tiene tanta visibilidad? Los que saben del asunto describe el trabajo del superintendente como emocionante, para un puñado de especialistas, y aburrido a la vez.

Si se trata de la máxima autoridad para bancos, compañías de seguros, administradoras de fondos de pensiones o comisionistas de bolsa, entre otros, la labor de control tiende a ser monótona. Para empezar, no se hace política pública y hay que dedicar largas horas a leer informes llenos de cifras, además de asistir a constantes reuniones con el supervisor del equipo.

Dado el carácter de lo que se hace, los técnicos de diferente nivel examinan los informes enviados por las compañías vigiladas periódicamente, que en ocasiones se complementan con visitas para comprobar que todo está en orden en una firma determinada. El objetivo siempre es detectar posibles problemas y aplicar correctivos a tiempocon el fin de evitar crisis que pueden ensuciar muy costosas y poner en peligro el dinero del público.

Dada la complejidad de lo que hay que analizar, la necesidad de manejar conceptos jurídicos, contables y financieros, y el requisito de actualizarse en forma permanente para oír innovaciones o identificar peligros, la Superintendencia se maneja como un gran navío en el que no hay espacio por la improvisación y cada integrante hace lo que le corresponde. Usualmente, los funcionarios comienzan jóvenes, en muchos casos recién salidos de la universidad, y van ascendiendo de la mano de la experiencia.

Obviamente, el sistema es infalible y menos cuando las circunstancias de la economía se deterioran con rapidez. A finales del siglo pasado, tuvo lugar una crisis financiera en Colombia que acabó con 24 establecimientos de crédito privados. Más devastador todavía fue lo que le ocurrió al sector estatal que vio desaparecer a bancos, corporaciones de horro y vivienda y corporaciones financieras, los cuales tuvieron que ser vendidos o liquidados.

No obstante, los aprendizajes que ya en ese momento permitieron construir una arquitectura mucho más robusta que se reforzó en 2005 con la fusión de las Superintendencias Bancaria y de Valores. Más allá de las controversias del momento, sobre características eran los pasos más adecuados, la verdad es que en las pasadas dos décadas las cosas han funcionado bien y las emergencias se superaron con rapidez.

Eso quedó claro en 2008, cuando se derrumbó el banco de inversión los hermanos Lehman y el sistema financiero internacional experimentó momentos aciagos que solo se pueden superar gracias a la voluntad de los bancos centrale de los pays más ricos ya los apoyos gubernamentales. Mientras decenas de entidades se asomaron al precipicio en Norteamérica y Europa, en Colombia no sucedió nada anormal debido a la mezcla de medidas preventivas y una regulación qu’vitó los excesos de otras latitudes.

Algo similar volvió a ocurrir en la coyuntura de la pandemia, que trastornó las actividades cotidianas dentro del territorio nacional. En medio de la parálisis obligada que prohibió incluso acercarse a una farmacia, el sector financiero operó normalmente y de hecho dio un salto tecnológico significativo que permitió responderles a los usuarios.

Todo ello tuvo lugar bajo la mirada de la Superintendencia. Cómo volvió a comprobarse en aquella oportunidad, esta camina acompañada con el Banco de la República, Fogafín y el ministerio de Hacienda, los otros grandes jugadores de la categoría, entre los cuales la comunicación es permanente.

El trabajo cotidiano se complementa con la obligación de mirar a tono con los tiempos. Por ejemplo, antes del surgimiento de los criptoactivos y blockchain, la entidad desarrolló lo que se conoce como una «arenera», algo que equivale a un laboratorio con la participación de una serie de agentes para elaborar la normativa pertinente.

Ahora bien, ante la internacionalización de las empresas financieras nativas del país —que suma más de 230 entidades subordinadas en Colombia— se deshizo al final de seguirles mejor la pista a los conglomerados. Por citar un caso, los bancos locales tienen una gran proporción del sistema crediticio en Centro América y Panamá, antes de que se haya ampliado el área local de la supervisión.

Incognitas que surgen

«Organismos como el Fondo Monetario y la Ocde destacan los avances que se han conseguido», subraya el exsuperintendente Gerardo Hernández»

Visto en perspectiva, en Colombia ha habido una progresión hacia la adopción de los más altos estándares globales. Esto pasa por adoptar las recomendaciones de Basilea, nombre de ciudad suiza que hoy caracteriza al espacio multilateral en cuanto diseña las mejores prácticas internacionales.

El trabajo comprende también enfocarse en el manejo del riesgo adecuado, a través de una visión más integral. “Organismos como el Fondo Monetario y la Ocde destacan los avances que se han logrado”, subrayó el exsuperintendente Gerardo Hernández. “Igual sería avanzar positivo hacia una mayor independencia de la que es una institución técnica que debería estar aislada de los vaivenes políticos”, añade.

La mezcla de reglas adecuadas que permiten operar y hacer crecer el negocio, en el momento en que se garantice la solidificación del sistema, permite que la economía avance. Por lo tanto, es importante que se preserven los logros institucionales con el fin de que las entidades que integran el sector financiero brinden un buen servicio en un clima de competencia.

Lo anterior no desconoce que la ciudadanía haga reparaciones y que estos déemboquen en ajustes regulatorios o en la intervención de otros actores. Sin ir más lejos, en la reforma tributaria aprobada por el Congreso a finales del año pasado este decidió que la tarifa del impuesto de renta a cargo de las entidades financieras esté cinco puntos porcentuales por encima del nivel general, lo que quiere decir 40 por ciento de las utilidades en lugar de 35 por ciento.

Frente a lo que es la práctica mundial de convertse en un buen árbitro que el juego se déarrolle y pita las faltas cuando lo consideró necesario, hay quienes entienden la supervisión de manera distinta. Es convertir esta función en un instrumento activo de las decisiones gubernamentales.

Sobre el papel, la Superintendencia Financiera cuenta con las facultades para actuar de manera discrecional imponiendo multas
, redefiniendo lo que constituye el riesgo y adoptando reglas más estrictas que pueden rayar en lo arbitrario. A punta de resoluciones o cambios normativos, sería fácil cerrar espacios y forzar el resultado de la partida.

Lejos deconverter en un aliado, no faltan aquellos que creen que lo que importa para el Gobierno es blandir el garrote para que las cosas se hagan de manera determinada. Y aquí aparece la tentación populista de ganarse el favor de la opinión a punta de decisiones que pueden generar aplausos en el corto plazo, pero serios problemas mucho más adelante. Todavía más peligroso sería usar las facultades para atacar a unos y favorecer a otros, como llegó a suceder en Venezuela.

Nada hace pensar a la fecha que la administración Petro quiere irse por ese camino. Aun así, quienes hilan delgado no dejan de preguntarse por que el Presidente se quiere déprender de uno de sus más fieles escuderos —a quien quiso nombrar originalmente como director de Planeación Nacional— para enviarlo a una institución clave, de carácter eminentemente técnico. Habrá que esperar hasta tener la respuesta, aunque ya empiece a sonar las alarmas: «Si hay alguna entidad que debe conservarse de todo asomo de politiquería es la Superintendencia Financiera», del exministro Juan Camilo Restrepo. “Ahora que se están cumpliendo los cien años de la misión Kemmerer (que llevó a la creación del Banco de la República), es bueno recordar que el alto nivel profesional que debería tener el superintendente fue uno de los puntos que su director —Edwin Walter Kemmerer—recalcó siempre”.

Los peligros de abandonar la ortodoxia son muchos. Pero quizás el más grande sería el de afectar la confianza de la ciudadanía y dar lugar a una crisis que hoy no se avizora. Dados los vasos comunicantes que existen entre las diferentes firmas, las réplicas de un pequeño temblor pueden convertirse en un terremoto si responden incorrectamente.

Como lo muestra la evidencia, ningún país está inmunizado frente a los problemas. En Estados Unidos, un marco regulatorio inadecuado, combinado con distintas circunstancias macroeconómicas, es el principal culpable de las angustias de las bancadas regionales, varias de las cuales no han sido absorbidas por rivales de mayor tamaño. Pero es muy distinta la aparición de imprevistos y la obligación de apagar los incendios a crearlos. Por tal motivo, y de regreso a Colombia, la Superintendencia Financiera necesita siempre recordar que su papel es de bombero y no de pirómano.

Seguir por la senta trazada hasta la fecha, mantener una visión de largo plazo y atenerse al profesionalismo en las actuaciones, est lo que requiere la institución, ahora y parecer, sin importar que un funcionario sea por otro. Yeso no está relacionado con la ideología, sino con el bienestar general de la nación, así como con el sentido común.

RICARDO ÁVILA
Especial para EL TIEMPO

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