Jackeline tenía una tienda y de ella vivía su familia. Estaba ubicada en la vereda El Opón, a cuatro horas de El Socorro, en el departamento de Santander.
Su esposo, Miguel, era el encargado de cultivar café y yuca. Ambos reunieron el dinero para el sostenimiento de la casa, en la que levantaron sus ocho hijos: Fredy, Róbinson, Franklin, Jéssica, Andrey, Edwin, Yuri y Jackeline.

Franklin, campeona nacional de cross, medallista de bronce en la categoría sudamericana y representante de Colombia en el mundial de Australia, estudiaba en la escuela rural, pero a pocos kilómetros del pueblo.

Se levantó, iba a clase, pero en el descanso tenía una misión, una vez sonara la campana debía salir corriendo a llevarles el ‘algo’ a los obreros.

El sitio donde tenía que ir más o menos distaba de la escuela media hora, por lo que le tocaba ir rápido. Regresaba de jar la comida y entraba a clases. Cuando termine el día, hacia a la una de la tarde, corría para su casa, recogía el portacomidas y volvía a emprender camino para llevarles el almuerzo a los rusos. Los dejaba y se interneba en los cultivos a ayudar a su papá a sembrar ya recoger. Ahí le daban las 6 de la tarde y otra vez a sleep.

La guerra los sacaron de su casa

La zona era presa de la violencia. Cada rato se escuchaban los disparos de la guerra cruzada entre guerrilla, paramilitares y el ejército, pero eso a ellos, aunque les concernaba, no les quitaba el sueño, desde que dejaran trabajar y estudiar todo estaba bien. La situación empeoró cuando en varias ocasiones la familia Téllez recibió amenazas. El decían que tienen que desalojar.

“Había mucha guerra, muchos enfrentamientos. Los amenazaron, que si no se iban los mataban, y tocó dejar la casa, la tienda y la tierra. Es que era dificil, tocaba venderles a todos, pero eso fue un problema. Viajaron a Bogotá y yo me quedé con otros tres hermanos, nos fuimos a vivir a donde un amigo”, contó Téllez.

Un año después, Franklin tomó la decisión de emprender un viaje hacia la capital de la República, para reencontrarse con sus padres y hermanos. Manuel se ubicó, era celador, ya Jackeline le tocó emplearse lavando ropa en casas. Vivian en el barrio San Carlos, al sur de la ciudad, al día, el dinero no les alcanzaba.

La casa en la que vivía el restaurante de la familia era pequeña, solo de dos cuartos y les tocaba dormir en colchonetas. Uno de sus tíos tenía una carnicería y fue a trabajar allá. Franklin dejó los estudios, no pudo continuar, la necesidad apremiaba, le tocó trabajar y era un menor de edad. Limpiaba el polvo en una panadería y luego se empleó en un fruver, en el que le pagaban con mercados.

Su labor comenzó a las 6:30 horas y finalizó a las 23 horas. A trancas ya mochas volvió a las aulas. Matriculado en el colegio San Benito. “Es que me tocaba trabajar porque mis hermanos eran más pequeños y mis padres no pudieron con toda la carga”, recordó.

Franklin Téllez trabajó como carnicero antes de dedicarse al atletismo.

En el colegio empezó a jugar fútbol. Estuvo en los intercolegiados, también jugó futsal. La tocaba ir corriendo del barrio Candelaria hasta la 68 con 13, sitio de entrenamiento del equipo Maracaneiros, en el que jugaba, porque no tenía para los bus. Cuando se hizo mayor de edad se graduó y se enscribió en la Universidad Católica para estudiar educación física, pero no pasó. Tomó la decisión de prestar servicio. Durante un año estuvo en Funza, Cundinamarca, en la PM 13. Era escolta de los generales, cuidaba el batallón. Entregó las armas, se quitó el uniforme y volvió a su casa. Sus padres ya eran dueños de la fama, la compra y venta de la carne les dio para sacar adelante a los menores, pues los mayores ya tenían su vida definida.

Desde diciembre de 2010, Franklin se hizo cargo del negocio. Manuel viajó al pueblo, pero las noticias no fueron muy buenas. El 24 de diciembre, Franklin estaba en la carnicería con su mamá, preparó lo último para la cena de Navidad, cuando recibió una llamada. Manuel había sido asesinado. Se puso a tomar con unos amigos, hubo pelea y recibió una puñalada en el corazón.

“Era de diciembre. Estaba recién salido del ejército y eso me dio duro. Pensé en hacer una vida normal, dedicarme a la carne, decirle a mis padres que no trabajaran más, pero mire lo que nos deparó el destino”, dijo Téllez.

Cuando Franklin tomó en serio el atletismo

Los primeros pinos de Franklin como atleta los hicieron al lado de Jorge Cruz, de Soacha. La hermana del DT le dijo que el fútbol era una rosca y que en el atletismo había mucha más opción de ser alguien.

Comenzó sus entrenamientos en el Barrio El Tunal. Por motivos de su trabajo le tocaba salir a la práctica a las 5 de la mañana ya las 7 estaba en la fama hasta las 10 de la noche.

«Lo más duro de trabajar en la carnicería es el frío de las neveras, estar todo el día de pie y no comer bien. del almuerzo, organizar los cortes, las pechugas, hacer aseo, afilar cuchillos y de 5 a 8 llega el trabajo porque la gente compra para la comida”, dijo Franklin Téllez.

Hoy, su vida no es la misma. El atletismo le da para vivir y ha dejado, un poco, la fama. Go, está pendiente y hasta mete mano, pero le dedica más horas al entrenamiento y al descanso. “Ser un atleta de élite, por eso me tengo de cuidar. Eso era porque comenzaba, no tenía para vitaminas, para zapatillas, para los viajes y hoteles. Ahora, igual, pero lo que gano lo invierto en el atletismo”, comentó entre risas.

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cursocolombia.com

En 2018 estuvo a point de irse del deporte. Un problema en la rodilla derecha lo puso contra la pared. Siempre ha competido por la Liga de Bogotá, pero no ha recibido nada a cambio. Lo del tratamiento médico lo pasó de su bolsillo.

Luego llegó la pandemia. Otro duro golpe. En 2020 Franklin dudó en seguir, pus la parte economica complicó. Comenzó a sacar la cabeza gracias a la fama. Otra vez en forma se puso al frente. Se sostuvo del negocio y por todo lo que le ha pasado es que asegura que no se rendirá.

“Las ganas de superación y de sonar en grande lo hacen a uno persistir. Mundial se queda allá en Australia”, recalculó.

Les gustaría ir a los Juegos Olímpicos. Yendo a las pruebas de 10 y 15 kilómetros, el encanta correr la Media Maratón y la maratón, es un fondista consumado.

Hace parte del equipo Asics, que colabora con la indumentaria, eso ya es algo, porque un par de zapatillas pueden costar alrededor de $ 500.000 y más y en tres meses no sirven para nada.

Franklin Téllez no tiene novia. Está centrado en su atletismo, entregado al ciento por ciento en busca de la marca mínima para París 2024.

Y mientras eso llega no baja los brazos, sigue yendo a la fama, no todos los días, pero sí seguido, a cortar la carne, alistar las neveras ya vender el producto que alguna vez le dio la mano para convertidor en el campeón nacional que son.

Lisandro Rengifo
redactora de EL TIEMPO
@LisandroAbel

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